Ángel Mesa
Cierto día de calor y
color Caribe me hallaba paseando por las calles del Santo Domingo de la
República Dominicana y tras una ajetreada mañana de gestiones personales,
serian sobre las dos de la tarde y me encontré en lo que yo creía eran los limites
de mis piernas así como de mi hambre mi calor y mi sed por lo que me decidí a
parar para comer en uno de eso sitios que en la capital de la antigua
Española llaman restaurantes chinos.
En realidad ni son restaurantes en el verdadero
significado de la palabra ni tampoco sirven comida china, solo ocurre que los
propietarios son ciudadanos chinos, que en locales de una más que dudosa
salubridad perpetran una suerte de pollo rebozado y patatas fritas en no se sabe
qué clase de pringue. Los nativos de la
zona lo llaman picapollo y ya sea por
falta de otras ofertas gastronómicas más interesantes ya sea por
desconocimiento culinario o bien por
economía, los encuentran adecuados para su consumo habitual, y además les
gusta.
Acercándome a uno de estos lugares que se encuentra frente a
una de las bocas del metro de La Gómez a la altura del Palacio de Bellas Artes,
me llamó la atención un niño de unos 4 ó 5 años, aunque quizá tuviera un par
más de ellos escondidos tras su desnutrición.
El caso es que me
fije en el infante por vestir una camiseta del F.C Barcelona en un país tan
extranjero, y cuando digo que vestía una camiseta lo digo de forma literal,
pues sólo vestía una camiseta, por lo demás lucía una cabeza rasurada casi al
cero que dejaba entrever cicatrices quizá de una vida intensa y vestigios de
picaduras adornados de algún que otro
ronchón, carecía el niño de calzado y se evidenciaba que también de pantalón y
calzoncillos cada vez que se movía jugando con un perrillo al que algún día la
desdicha hubo de dejar tuerto, uno de esos perros que allí catalogan de
viralatas seguramente por su quehacer
callejero diario, quehacer que había cambiado aquel día por hacer compañía al chamaquito que mostraba
el culillo y más cosas en sus movimientos jugando con el can, ambos parecían
vivir momentos felices encima de un recio cartón que algún día sirvió para
embalar una lavadora.
Unos 8 ó 10 metros más adelante otro niño de unos 8 ó 9 años
en el cual se adivinaba sin ser médium que también pudiese tener disimulados
otro buen par de primaveras tras ese maldito botox barato que te regala el
seguir de vez en cuando involuntarias dietas absolutas en las edades
pediátricas.
Este último niño a la vez que me paraba en seco cogiéndome
de la muñeca asaltó mi tranquilidad con
su más fingido y lastimero ¨ Gringo dame
algo¨, Al mirarlo con más detenimiento enseguida advertí el paradero del
pantalón compañero a la camiseta del Barcelona.
En virtud a mi
inteligencia y sagacidad enseguida deduje que serian hermanos, y que como
buenos hermanos compartían el vestuario, y lo compartían de forma que uno
llevaba la camiseta y el otro el pantalón del tan famoso equipo futbolístico. Y
no solo compartían la equipación sino
que también había una afinidad tan grande que compartían el estilismo en el
peinado luciendo este también un practico rapado que igualmente mostraba una
vida con propensión a traumatismos craneales de esos por los que aquí en España
te dan cinco puntos y el médico manda por protocolo parte de lesiones al
Juzgado de Guardia, dichos costurones se hallaban también bordados con algún
que otro ronchón entre cicatriz y chichón de nueva creación, y pese a lo
práctico del rasurado craneal se ve en virtud a las liendecillas, que no era
del todo eficaz contra la fauna capilar .
Como calzado lucia un calizo y medio, viniendo a ser un
calizo lo que aquí es una de esas playeras que sujetamos con el dedo gordo del
pie y dos gomas hacia atrás, bien digo un calizo y medio pues el derecho estaba
completo pero el izquierdo lo constituía la suela y un par de vueltas al pie
con cinta americana, como si el mismísimo Mc Giver fuese su zapatero de
cabecera.
Por ser ésta una situación tan frecuente en aquellos lares,
tan frecuente que hace parte de lo cotidiano incluso en un barrio alto como en
el que me encontraba, barrio de Gazcue
para más señas, este tipo de hechos no se ve tan tremendamente calamitoso como
se podría ver en un barrio equivalente europeo, y en otro alarde de
inteligencia y sagacidad no le di nada, con la sana intuición de que no se lo
fuese a gastar en oler cola en una bolsa, preservando así su salud para un
futuro más beneficioso para él y su República, y sin más me introduje en el
pseudo- restaurante chino a la vez que comprobaba si aún llevaba el reloj en la
muñeca por la cual había sido detenido por el minipedigüeño, el en cambio se
quedó en la puerta del casposo negocio dudando de la moralidad de mi madre, de
la paternidad de mi padre, y de mi orientación sexual a la vez que jurando en
arameo, bueno en arameo no, en este caso juraba en taino como buen
representante de lo que fue Quisqueya antes de que les descubriéramos que no
estaban descubiertos.
Ya en la barra del picapollo, en una exaltación de esa
cristiana caridad que posee la dualidad de crear culpa si no ayudas a un
necesitado pero también de crear satisfacción si ayudas al hermano caído, esa
caridad que te compra una parcelita en el cielo de los que de vez en cuando,
algo dieron, ese bendito cielo de los ignorantes que procuran morir tranquilos
para después vivir felices, porque al fin y al cabo para algo debe servir
dar ¿ no?.
Pues en esa misma
barra y en ese mismo momento decidí y supe sin preguntar lo que necesitaba ese
pobre desgraciado. Y lo supe desde la verticalidad que tiene el que da, pues el
que da es el que sabe y por algo es el que da. Yo había llegado felizmente a la
conclusión de que lo que necesitaba ese muchachito con boca de metralleta de
insultos caribeños, era sin lugar a duda uno de esos envases de plástico llenos
de pollo frito y una lata de aquellos refrescos aguados, exactamente lo mismo
que iba a tomar yo, ni más ni menos, pues al enemigo hay que pagarle con amor y
si te da… poner la otra mejilla, y en aquel momento ese era mi enemigo más
feroz, pague por tanto y salí a la puerta con la comida y los refrescos y tras
encontrarlo un par de metros más allá en
mi arranque de amor fraterno y justicia social le alargué su refresco y su
pitanza con la máxima horizontalidad que en su día me enseñó el espiritismo y
sus espiritistas, esto es con amabilidad, buena intención y hasta sin atisbos
de superioridad.
Tan horizontal me
puse que ni siquiera le pregunte su nombre dándole un pellizquito en la cara o
me interese por su situación y la de sus padres ni lo sonsaqué sobre sus
calamidades haciéndome el compasivo mientras escucho sus penas ni
ninguna de las acostumbradas preguntas verticales de los que dan.
No, yo no hago eso,
yo soy totalmente horizontal y lo traté de tu a tu tal como me enseña la
ciencia de Kardec, así que me salió solamente un poco más de “anda comete esto
campeón y deja de jurar en arameo” el aún fue más escueto pues de su boca no
salió nada, solo lo cogió se dio la vuelta y se fue.
¿No esperarías que me diese las gracias entre lagrimas o
cayese de hinojos ante mí de agradecimiento no?
al fin y al cabo, solo eran unos cuantos trozos de pollo frito en ni se
sabe que mejunje. Yo en cambio sí estuve un ratín molesto, vaya no me ha dado
ni las gracias pensé, se ve que mi horizontalidad estaba un poco vertical
mientras yo la horizontaba, pero solo fue un ratín, porque ya me he confesado a
mí mismo y me di la absolución.
Había en la entrada del negocio frente a un escaparate unos asientos muy EEUU de un rojo chillón que cuasi rozaba lo
pornográfico, eran de skay o esquai o
como leche se escriba esa palabra que denomina a ese material de los asientos
que con el calor actúa como un doble velcro entre tu espalda tu camisa y tu
asiento y al levantarte parece que te has meado, pues allí me senté yo y tras
un rato supe lo que era estar meado sin echar gota. ¡Que calor hizo ese día!
Desde allí vi como el chaval buscaba al chiquitín y se
disponían a comer! leche no calculé que eran dos!, aún así me causó una gran
satisfacción aquella escena, aquellos
dos pobres parias comiendo encima de un cartón a la vez que mantenían a raya
con los pies al otro paria, aquel viralatas tuerto, que intentaba meter el hocico en los asuntos ajenos.
De pronto reparé en algo, el chiquito estaba juntando un
montoncito de huesos en su lado , en el lado del mayor no había huesos de pollo
y era el menor el que de cuando en vez le daba algún huesecillo al exigente
viralatas pirata, seguí observando ahora con más atención y efectivamente el
mayor no comía ni bebía, más bien hacía como si comiese dando bocaditos pequeños
y muy espaciados a aquel pringoso alón de pollo, y cuando bebía daba sorbitos sin volcar hacia él demasiado
la lata del refresco, definitivamente el niño de las playeras diseño Mc Gyver
no estaba comiendo nada para que el de pitillo al aire tuviese suficiente.
Pero a la vez con esta acción me estaba devolviendo a mí a
una verticalidad paralela en la cual yo me encontraría en lo hondo de la escala
moral , pues ahí andaba yo intentando engañar a San Pedro y a Dios cambiándoles
una parcelita en el cielo por unos trozos de picapollo mientras que él con sus
zapatos de diseño estaba renunciando a lo suyo solo por que amaba.
Y ahí no pasó otra cosa, solamente eso, aquel día mientras
que yo daba de lo que me sobraba y además inconscientemente esperaba hasta que
algún día habría recompensa divina el dio, y no solo de lo que no tenia sino
hasta lo que más falta le hacía y lo hizo solo por remediar a otro aún más indefenso
que él mismo, y que ninguna contraprestación le iba a dar, como mucho le podría
dar la camiseta por el pantalón.
De pronto y antes que me diese tiempo a reaccionar comprando
otro picapollo para el que se quedó en ayunas, los vi corriendo y esquivando ese intensísimo tráfico de La Gómez, el mayor
llevaba ese enorme cartón sobre la cabeza, juraría que les servía de colchón en
algún parque durante esas tórridas noches tropicales, el perrillo tuerto no iba
con ellos se quedó allí comiéndose el montoncito de huesos que le volvieron a
meter en el envase de plástico, lo trataron como yo a ellos , primero se lo
quitaban de encima para que no les molestara pero al final le dieron sus sobras.
Alguna vez he pensado ellos no tanto como dice Sabina “19 días
y 500 noches”, pero si en bastantes
ratos de reflexión en la soledad, con el tiempo llegué a la conclusión de que
les dejé a deber mucho más que otra ración de pica-pollo, ellos me dieron a mi
mucho más, pues me hicieron ver una
faceta que no me conocía, mi
faceta de Doña Leticia o Lady Di venidas a menos en sus viajes oficiales haciendo caridad por los países morenos.
También me enseñaron a remover entre la roña de las costuras
de mi alma, para descubrir que el hombre que es capaz de conmoverse ante la necesidad
de las criaturas, pero aún así se sigue
aferrando a la chatarra de sus bolsillos, ese hombre aún no ha comprendido su
destino.
Aprendí que a diario nos engaña la vanidad y creemos ser
grandes por hacer cosas pequeñas.
Supe ellos mediante, que si se falta a la ley de Dios, por
acción pero también por omisión, aquel día hice más mal que bien, pues siendo
cierto que les di de comer aunque fuese a medias también es verdad que ni calce
al descalzo ni vestí al desnudo pudiendo hacerlo, pues tengo la seguridad de
que no habría fenecido aquel mes, por gastar 15 ó 20 euros en un par de
playeras nuevas y otra equipación aunque fuese del Liverpool.
Y supe también que en los actos de caridad no siempre el que
se mete la mano en el bolsillo es el que más pone, pues hay una caridad más
pura que no está manchada por los
complejos de culpa, los miedos ni los preceptos que imponen las religiones, esa
caridad es la del que pide para remediar a otro solo porque lo ama.
A diario nos engañamos a nosotros mismos al juzgar algunas
situaciones, la mujer que pide en la estación del bus por que dice faltarle un
euro para el billete y que inmediatamente tachamos de yonqui , quizá este
escondiendo una madre que quiere comprar el pan de sus hijos, la que se
prostituye y tachamos de viciosa quizá los esté vistiendo, la que se mete en
las bragas la bandeja de carne cuando cree que no la ve nadie en Mercadona, esa
que llamamos ladrona, esa le está dando de comer a su familia. Si en vez de juzgarlas nos
paramos a pensar, que no siempre hay un trabajo honrado para unas manos
honradas, nos ponemos en sus zapatos y nos damos cuenta que incluso un acto
deleznable puede esconder grandeza, se tornarían de delincuentes en heroínas, ahí nos vencería el amor, nacería el
sentimiento de la caridad y quizá no
tendrían que hacerlo, actuaríamos de
forma más humanitaria.
¿Pero son los actos de caridad exclusivamente actos
humanitarios? O sea, procedentes de humanos. Yo desde que se, que hay
chimpancés que amamantan a crías de madres sin leche, desde que he visto a las
ovejas cuidar de los borreguitos de las otras mientras que ellas pacen, desde
que me enteré de que hay delfines que llevan a náufragos a las costas, perras
que amamantan gatos, lobos que criaron niños abandonados en los montes de
sierra morena, o enjambres de abejas u hormigas que se reparten los trabajos en
su comunidad para que todo marche mejor para todos, haciendo cada una lo que
mejor sepa hacer.
Desde que supe algunas de éstas cosas no diría que la
caridad es la que distingue al hombre, ni tampoco que es una virtud teologal
puesto que los animales no estudian teología. Diría que a lo mejor es una
fuerza de la naturaleza que en los seres inorgánicos se expresa mediante la Ley
de atracción y que en los seres más
elevados se convierte en amor, pues todo evoluciona desde el átomo al arcángel,
quizá no sea una Ley natural porque no se cumple con evidencia en todas las
especies y ni tan siquiera en todos los individuos de las especies en que se
cumple, pero por qué habría de cumplirse esa Ley en todas las especies , si ya a la más desarrollada se le da el libre
albedrío para transgredir la Ley que más
le apetezca.
Yo no sé qué nombre ponerle, pero si se que esa solidaridad
natural, esa tendencia hacia el bien, es una facultad superior a la caridad que
normalmente practicamos en la Tierra los humanos, la cual se encontraría manchada
desde que la religión la convierta en el único camino hacia nuestra salvación.
Pues sería una virtud
que usaríamos las más de las veces en una herramienta para salvar-nos y no para
ayudar-los, como si ocurre en la naturaleza incluso con las relaciones inter-
especies. Dejando en evidencia por tanto que se trata la caridad de una virtud
incompleta aunque nazca de un sentimiento legitimo, si como segunda intención
va acompañada de la persecución del alivio de culpas, el mejoramiento de
imagen, esa vanidad hija del orgullo, o el salario divino en forma de
salvación.
Y solo quedando exonerada de toda crítica cuando ésta
segunda intención este constituida por el ansia de justicia de igualdad o del
progreso social en dirección a Dios.